No existe el placer hasta que no metes al egoísmo de la autocompasión en un taxi y lo dejas paseando hasta que se pierde entre las calles cósmicas del infinito.
“Bienaventurados quienes saben das sin recordarlo, y recibir sin olvidarlo”, dice este pequeño manuscrito que cita a un tal San Agustín.
El foco hoy no está en revolverme las tripas buscándome sentido solo desde acá. Esta casa, esta mesa, esta cocina. Estos ambientes saben que alguien llega para despertarte, y no se olvida el paso de un ángel. Te pasa la posta, te alcanza la banderita para que siga pululando de mano en mano. No hay cursilería cuando se es libre, sólo poesía cruda sin frases erradas. Crudos y sin tratamiento previo, somos mas ricos.
(Esto de la libertad implica bajarse una botella de cerveza viendo la repetición del programa de la canosa)