miércoles, 24 de agosto de 2011

Me pasa que me puedo despojar de muchas cosas, incluso del juicio del ojo ajeno en miles de situaciones, pero cuando me siento a escribir los dedos se me enredan buscando combinar letras y frases que resulten interesantes para un lector potencial que nunca deja de ser potencial porque nada conforma a esta cabecita que dispara ideas para todos lados pero que nunca llegan un lápiz o teclado. Le echaría la culpa a mis años de periodista sin ganas, épocas en las que escribía con un tono que apenas podía soportar. Pero ya no hay editores, ni sumarios ridículos, sólo fantasmas pelotudos que viven en mi cerebro. Me falta terminar de bajar esa idea de que no escribo para gustar, escribo porque me da ganas.